lunes, 28 de julio de 2014

En las montañas remotas de México, un médico jóven encontró su vocación


Si partimos de la premisa de que el mundo está fracturado, es frecuente escuchar lo negativo que impacta nuestra vida personal: nos quejamos de la falta de estructura de nuestra sociedad, de las malas decisiones que toma nuestro gobierno y criticamos a diestra y siniestra lo que no consideramos correcto. Vivimos en un mundo paralelo donde “aceptamos” y estamos acostumbrados a tolerar las desigualdades sociales, las injusticias diarias y las inequidades que sufren los más desfavorecidos.

Afortunadamente, tuve la oportunidad de formarme en una familia con valores y de enredarme en un medio social donde predominaban las ganas de ayudar a las problemáticas locales que presentaban ciertas comunidades a nuestro alrededor.

Sin embargo, siendo objetivo, dedicaba sólamente 21 días, de los 365 del año, para ayudar de tiempo completo a comunidades marginadas.


Partners In Health / Compañeros en Salud México A.C.
Jaltenango de la Paz, Chiapas.
Es entonces que conocí Compañeros en Salud México A.C. (CES). Y el encuentro que tuve con ellos fue mera casualidad, o mejor dicho, causalidad. Me encontraba en el pasillo de mi Hospital durante una guardia de Pediatría, cuando una de mis mejores amigas de la carrera me contó sobre la organización y la aventura que ofertaban para Chiapas durante el servicio social.


Me fui informando a detalle por medios electrónicos y contacté a los directores: desconocidos de primera instancia que se convirtieron en muy poco tiempo en mis mentores. Y de repente, estaba pisando Chiapas por primera vez en mi vida: lleno de incertidumbre, dudas, pero con mi espíritu despierto y dispuesto a los nuevos retos.

Me vi sorprendido por la diversidad ecológica, lo increíble de sus paisajes y lo mágico que encierra la Sierra. Y así como llegué yo, llegaron mis compañeros. Gente muy interesante, con historias inspiradoras, caracterizados por su proactividad en la sociedad y su nivel crítico para afrontar la lucha titánica diaria que atravesamos actualmente.

Y retumbó en mi cabeza por primera vez el lugar donde iba a pasar 1 año de mi vida: “Laguna del Cofre”. La verdad no tenía la menor idea de lo que me esperaba. Incluso, llegué a buscarlo en GoogleMaps sin resultado alguno. Eso hacía que la aventura se incrementara en mayor medida.

Así fue. Llegué como completo extraño. Al principio no entendía el idioma, la percepción del tiempo ni mucho menos, lo holístico de una enfermedad. La mayoría de la gente medía 1.50m, de complexión delgada, piel morena y acompañados de su machete, morral y un galón de “pozol”.

Y ocurrió esa transición teórica que nos mencionaban constantemente en la Facultad de Medicina: vas a ser el doctor de la comunidad. Fui acompañado y presentado por parte de Secretaría de Salud y CES a la comunidad. Un encuentro inesperado en el cual prevalecieron una serie de emociones en donde literalmente, estaba a cargo del cuidado de la salud de niños, jóvenes, señores, señoras y ancianos.

Fui acompañado a mi nueva casa. Era el antiguo centro de salud. Un cuarto grande con colores opacos, donde predominaba la humedad, un baño disfuncional y las bajas del voltaje que imposibilitaban el uso de los medios electrónicos. Tenía lo básico: un colchón, un par de cuadros con fotos familiares/amigos llenos de recuerdos y un corazón dispuesto a trabajar.

De repente, se acercó Doña Caty, una persona sencilla, de mirada profunda y un saludo caluroso, marcada por las arrugas que iluminaban su cara de toda una vida dedicada a la entrega total y sincera de los que más amaba. “¿Doctor, le gustaría venir a tomar una taza de café?” Esa taza de café, amargo como la noche y de un sazón inigualable, me abrió las puertas a su hogar. Me presentó a sus 10 hijos, acompañados de todos sus nietos; que debo confesar al principio me costó un poco de trabajo aprender sus nombres, se convirtieron en mis confidentes, mis amigos, mi apoyo, mi inspiración, mi familia.

Acepté el reto.

Despertando por la mañana, me sentía alborotado por las chimeneas de las casas de barro, la neblina que rodeaba los techos de lámina, el saludo de los animales y el clima frío de las montañas. Cada día me enfrentaba a un reto académico diferente, a las adversidades de un lugar donde los recursos son limitados. Se añadían las inclemencias del tiempo, la falta de dinero y la desinformación sobre las medidas generales de higiene. Conocí las dinámicas familiares en donde la mayoría de los hogares la violencia era el denominador común, los derechos humanos eran una utopía escrita en papel y el instinto de supervivencia no perdonaba apellidos. Se iba formando un ciclo donde las intervenciones se veían complicadas y lejanas.

Este conjunto de problemas, unos cuantos impuestos por nuestros antepasados como herencia maldita, una cultura violentada, el difícil acceso de la sierra a los servicios básicos y las causas de mortalidad infecto-dependientes (y por supuesto, los problemas médicos que afrontamos del Siglo XXI) atacaban a mi comunidad.

Comprendí, a base de experiencias de campo y capacitaciones constantes, dinámicas y teóricas, el término Salud Global.

Tuve mi epifanía, descubrí un mundo que se divide en dos: entre los que tienen y los que no tienen. Para mí, las heridas más profundas y dolorosas que nos afectan actualmente son la pobreza y la enfermedad. Y lo más importante, no son condiciones impuestas por “Dios”, son humano-dependientes. 
Rechazo aceptar que el mundo es así porque sí. Rechazo esa justificación que dice que no se puede hacer nada.

Entonces CES, como modelo de excelencia y experiencia en el campo de Salud Global, me brindó herramientas para elevar mi deseo, para alimentar mi coraje constante acerca de las injusticias sociales y convertirlas en acción, ese deseo de luchar cada mañana en contra de los sistemas que desfavorecen a los más marginados.

Claro que podemos romper el ciclo de la pobreza y la enfermedad. No importa los recursos que tengamos a la mano; solamente necesitamos ciencia, innovación y buena abogacía con las personas que se encargan de tomar decisiones en el gobierno.



Y fue en Laguna donde tuve mi cambio de corazón, donde mi deseo se convirtió en acción... Ahí hallé mi querencia. El lugar que yo quise. Donde los sueños se enflaquecieron. Mi pueblo, levantado sobre la llanura. Lleno de árboles y hojas, como una alcancía donde hemos guardado los recuerdos. Sentí que ahí quisiera vivir para la eternidad. El amanecer; la mañana; el mediodía y la noche, siempre los mismos: pero con la diferencia del aire. Ahí, donde el aire cambia el color de las cosas; donde se ventila la vida como si fuera un murmullo: como si fuera un puro murmullo de la vida. Ahí donde hice mi promesa, donde la esperanza se forjó para construir un mundo mejor...