Si partimos de la
premisa de que el mundo está fracturado, es frecuente escuchar lo negativo que
impacta nuestra vida personal: nos quejamos de la falta de estructura de
nuestra sociedad, de las malas decisiones que toma nuestro gobierno y
criticamos a diestra y siniestra lo que no consideramos correcto. Vivimos en un
mundo paralelo donde “aceptamos” y estamos acostumbrados a tolerar las
desigualdades sociales, las injusticias diarias y las inequidades que sufren
los más desfavorecidos.
Afortunadamente, tuve
la oportunidad de formarme en una familia con valores y de enredarme en un
medio social donde predominaban las ganas de ayudar a las problemáticas locales
que presentaban ciertas comunidades a nuestro alrededor.
Sin embargo, siendo
objetivo, dedicaba sólamente 21 días, de los 365 del año, para ayudar de tiempo
completo a comunidades marginadas.
Partners In Health / Compañeros en Salud México A.C. Jaltenango de la Paz, Chiapas. |
Es entonces que
conocí Compañeros en Salud México A.C. (CES). Y el encuentro que tuve con ellos
fue mera casualidad, o mejor dicho, causalidad. Me encontraba en el pasillo de
mi Hospital durante una guardia de Pediatría, cuando una de mis mejores amigas
de la carrera me contó sobre la organización y la aventura que ofertaban para
Chiapas durante el servicio social.
Me fui informando a
detalle por medios electrónicos y contacté a los directores: desconocidos de
primera instancia que se convirtieron en muy poco tiempo en mis mentores. Y de
repente, estaba pisando Chiapas por primera vez en mi vida: lleno de
incertidumbre, dudas, pero con mi espíritu despierto y dispuesto a los nuevos
retos.
Me vi sorprendido por
la diversidad ecológica, lo increíble de sus paisajes y lo mágico que encierra
la Sierra. Y así como llegué yo, llegaron mis compañeros. Gente muy
interesante, con historias inspiradoras, caracterizados por su proactividad en
la sociedad y su nivel crítico para afrontar la lucha titánica diaria que
atravesamos actualmente.
Y retumbó en mi cabeza por primera vez el lugar donde iba a pasar 1
año de mi vida: “Laguna del Cofre”. La verdad no tenía la menor idea de lo que
me esperaba. Incluso, llegué a buscarlo en GoogleMaps sin resultado alguno. Eso
hacía que la aventura se incrementara en mayor medida.
Y ocurrió esa transición teórica que nos mencionaban constantemente
en la Facultad de Medicina: vas a ser el doctor de la comunidad. Fui acompañado
y presentado por parte de Secretaría de Salud y CES a la comunidad. Un
encuentro inesperado en el cual prevalecieron una serie de emociones en donde
literalmente, estaba a cargo del cuidado de la salud de niños, jóvenes,
señores, señoras y ancianos.
Fui acompañado a mi nueva casa. Era el antiguo centro de salud. Un
cuarto grande con colores opacos, donde predominaba la humedad, un baño
disfuncional y las bajas del voltaje que imposibilitaban el uso de los medios
electrónicos. Tenía lo básico: un colchón, un par de cuadros con fotos familiares/amigos
llenos de recuerdos y un corazón dispuesto a trabajar.
De repente, se acercó Doña Caty, una persona sencilla, de mirada
profunda y un saludo caluroso, marcada por las arrugas que iluminaban su cara
de toda una vida dedicada a la entrega total y sincera de los que más amaba.
“¿Doctor, le gustaría venir a tomar una taza de café?” Esa taza de café, amargo
como la noche y de un sazón inigualable, me abrió las puertas a su hogar. Me
presentó a sus 10 hijos, acompañados de todos sus nietos; que debo confesar al principio
me costó un poco de trabajo aprender sus nombres, se convirtieron en mis
confidentes, mis amigos, mi apoyo, mi inspiración, mi familia.
Acepté el reto.
Despertando por la mañana, me sentía alborotado por las chimeneas de
las casas de barro, la neblina que rodeaba los techos de lámina, el saludo de
los animales y el clima frío de las montañas. Cada día me enfrentaba a un reto
académico diferente, a las adversidades de un lugar donde los recursos son
limitados. Se añadían las inclemencias del tiempo, la falta de dinero y la
desinformación sobre las medidas generales de higiene. Conocí las dinámicas
familiares en donde la mayoría de los hogares la violencia era el denominador
común, los derechos humanos eran una utopía escrita en papel y el instinto de
supervivencia no perdonaba apellidos. Se iba formando un ciclo donde las
intervenciones se veían complicadas y lejanas.
Este conjunto de problemas, unos cuantos impuestos por nuestros
antepasados como herencia maldita, una cultura violentada, el difícil acceso de
la sierra a los servicios básicos y las causas de mortalidad
infecto-dependientes (y por supuesto, los problemas médicos que afrontamos del
Siglo XXI) atacaban a mi comunidad.
Comprendí, a base de experiencias de campo y capacitaciones constantes,
dinámicas y teóricas, el término Salud
Global.
Tuve mi epifanía, descubrí un mundo que se divide en dos: entre los que tienen y los que no tienen. Para mí, las heridas más profundas y dolorosas que nos afectan actualmente son la pobreza y la enfermedad. Y lo más importante, no son condiciones impuestas por “Dios”, son humano-dependientes.
Rechazo aceptar que el mundo es así porque sí. Rechazo esa justificación que dice que no se puede hacer nada.
Entonces CES, como modelo de excelencia y experiencia en el campo de
Salud Global, me brindó herramientas para elevar mi deseo, para alimentar mi
coraje constante acerca de las injusticias sociales y convertirlas en acción,
ese deseo de luchar cada mañana en contra de los sistemas que desfavorecen a
los más marginados.
Claro que podemos romper el ciclo de la pobreza y la enfermedad. No importa los recursos que tengamos a la mano; solamente necesitamos ciencia, innovación y buena abogacía con las personas que se encargan de tomar decisiones en el gobierno.
Y fue en Laguna donde tuve mi cambio de corazón, donde mi deseo se
convirtió en acción... Ahí hallé mi querencia. El lugar que yo quise. Donde los
sueños se enflaquecieron. Mi pueblo, levantado sobre la llanura. Lleno de
árboles y hojas, como una alcancía donde hemos guardado los recuerdos. Sentí
que ahí quisiera vivir para la eternidad. El amanecer; la mañana; el mediodía y
la noche, siempre los mismos: pero con la diferencia del aire. Ahí, donde el
aire cambia el color de las cosas; donde se ventila la vida como si fuera un
murmullo: como si fuera un puro murmullo de la vida. Ahí donde hice mi promesa,
donde la esperanza se forjó para construir un mundo mejor...